Publicado en El Siglo el 3 de septiembre de 2018
Está siendo un verano difícil para las convicciones, en el puro sentido que tiene la definición académica de la palabra como “idea religiosa, ética o política a la que se está fuertemente adherido”.
Millones de personas se han movido por el mundo para divertirse, conocer otras gentes, acercarse a otras culturas, formarse, vivir nuevas experiencias, ampliar horizontes vitales y mentales. Millones de personas han entrado en Europa, y también en España, por nuestro sol, nuestras playas, espacios naturales, patrimonio cultural… Y de paso han alimentado una de las principales fuentes de riqueza y creación de empleo que tenemos.
Pero no todo el mundo ha tenido esa libertad. La huida de la miseria (y los despropósitos políticos) de los venezolanos se ha encontrado con barreras en los países vecinos. Europa ha seguido humillando sus principios y supuestos valores negándose a rescatar náufragos, eludiendo el deber de auxilio, la obligación de salvar vidas, la obligación de ofrecer puerto seguro a embarcaciones con personas en su interior. Los movimientos migratorios se han sobredimensionado y utilizado por parte de determinados gobiernos para generar alarma social y justificar decisiones que no afectan únicamente a la población migrante.
Hay quien interpreta el problema en términos de ultranacionalismo, y puede que esa sea la razón fundamental del totalitarismo que reverdece en Alemania, como en Francia, en Italia, y en el Este europeo. Pero creo que en muchas más ocasiones es simplemente que no queremos pobres.
Podemos movernos libremente por el mundo mientras llevemos en el bolsillo una tarjeta de crédito y estemos dispuestos a usarla. Pero si los bolsillos están vacíos nos olvidamos del derecho a la vida, a huir de la tortura, de la guerra, de la miseria, y relegamos nuestras convicciones involucionando a la prehistoria cultural y moral. El dinero vuelve a ser el factor determinante que franquea fronteras, y su ausencia hace que miles de seres humanos pierdan la vida en el mar mientras todo un continente mira. Hay que dejar de abordar la migración como una amenaza y ser conscientes del mundo en que vivimos, de que los flujos migratorios tienen causas diversas, que en algunos casos son responsabilidad de nuestros propios países y políticas.
Estremece escuchar al ministro Borrell decir que la migración tiene a Europa abierta en canal. Pero es terror lo que produce escuchar al ministro del Interior italiano alentar a una contienda europea entre xenófobos y anti-xenófobos en las próximas elecciones europeas para refundar el proyecto comunitario.
Hay que luchar contra el totalitarismo, otra vez. Tendremos que tener muy claras cuáles son nuestras convicciones para defenderlas con los mejores argumentos que seamos capaces de formular. El brexit demostró cuánto daño puede hacer la falta de honestidad política, las mentiras y manipulaciones, y los británicos se enfrentan ahora con la realidad. El curso empieza con mucho trabajo pendiente.