Artículo de Miguel Ángel Cilleros, Secretario General de FeSMC-UGT, publicado en www.eldiario.es
Hace unos años los hermanos Coen adaptaban al cine una novela de Cormac McCarthy, ambas con el mismo título, «No es país para viejos». Parafraseando ese título hoy cabría afirmar que el nuestro «No es un país para jóvenes». Desde luego, en lo laboral. Aunque resulta evidente que las carencias en el empleo son generadoras de demoledoras consecuencias para el desarrollo integral de las personas. Un empleo deficiente incide en muchos campos: igualdad, emancipación, proyectos de vida, calidad de vida…
No hace mucho que alguien afirmaba que las actuales generaciones eran las mejores preparadas de la historia. Lo que puede considerarse una presunta verdad obtenida en modo intuitivo, pero de difícil demostración.
Desde hace tiempo, especialmente desde esos sectores que han dado en denominarse ‘neoliberales’, se viene insistiendo que el empleo tal y como se venía concibiendo a lo largo del siglo pasado, es decir, un empleo estable y para toda la vida, estaba tocando a su fin. Lo que vendría a definir la modernidad neoliberal era la movilidad. Movilidad era el nuevo valor frente una cierta tendencia a un presunto apoltronamiento, de la etapa anterior. Coherente con ello no se dejaba de exigir la adaptación de la normativa laboral para facilitar esa movilidad. En esa normativa laboral tenían especial papel la habilitación de nuevas formas de contratación en las que el objetivo, coherente con la movilidad, era la flexibilidad. En el mismo universo lógico, y siempre bajo la perspectiva de que los trabajos para toda una vida se habían acabado, era imprescindible abaratar los despidos. En todo ello venimos estando desde hace tiempo.
Las ideas nucleares de esa modernidad neoliberal tendieron a ser aceptadas de manera acrítica. Y tanto se han constituido en una quasi certidumbre, que aún después de que la crisis de 2008 acreditara que las evidencias no eran tales, muchos de sus postulados han seguido rigiendo leyes y conductas. Nada queda de aquella pomposa declaración de que era necesario refundar el capitalismo que se escuchó al inicio de esa crisis. Y aún hoy se sigue exigiendo que la política aparte sus sucias manos de la economía (ya que esta se vale por sí sola) hasta que… aparecen las crisis generadas desde la propia economía y se reclama que la política (entendida esta en su sentido más inicial) acuda al socorro de la economía. Entonces, sí que se admite que se hable de rescates, de nacionalizaciones o se agitan conceptos como el too big to fail (demasiado grande para quebrar) y ello a pesar de que tan solo el día antes se nos quería convencer de que la solución era un too big, aunque ello afectara al empleo. Y en esos casos, se olvida que la función de la política (en su sentido más inicial) la emparenta con la ética.
A ese universo conceptual neoliberal se le podrían añadir otros muchos elementos, que algunos se atreven a calificar como modernos, que completarían el mapa de las tendencias en la concepción del trabajo en las últimas tres o cuatro décadas. Esa modernidad viene a consistir en una retroacción de las relaciones laborales a un mero acuerdo entre dos partes en «posición de igualdad», y que por lo tanto no precisan de tutela ni de las organizaciones sindicales, ni de las autoridades públicas (en cuanto que la política debe apartar sus «sucias manos» de la economía). Y ha sucedido que, cuando nos ha llegado la crisis económica asociada a la pandemia de la COVID-19, aún no nos habíamos librado de los daños de la crisis del 2018.
Las vidas laborales cada vez comienzan más tarde y terminan más pronto, por mucho que se retrase la edad de jubilación y, sobre todo, las vidas laborales se han acortado drásticamente y no solo por las dos circunstancias que se acaban de enunciar sino porque han aumentado espectacularmente el número de contratos que una persona trabajadora puede llegar a tener en su vida laboral y, han aumentado dramáticamente lo que en términos de Seguridad Social se denominan ‘lagunas de contratación‘. Hasta el punto de que prevalece sobre el tiempo de trabajo las lagunas de no contratación.
La singularidad de nuestra economía aporta muchos elementos de estacionalidad. Cosa que, siendo cierta, no serviría para explicar por qué en sectores no afectados por esa estacionalidad se produce exactamente el mismo fenómeno.
Así, la situación de la juventud no puede ser más desalentadora. De nuevo, de los múltiples elementos que podríamos tomar para describirla nos fijaremos especialmente en dos. De un lado, el continuo retraso de la edad efectiva de emancipación y de la realización de un proyecto de vida propio y autónomo. De otro, el meteórico aumento de la emigración. Uno y otro tienen como sustrato el hecho de que nuestro país es el campeón en paro juvenil que supera, en el tramo de hasta los 24 años, el 41%.
En la década anterior un millón de españoles, mayoritariamente jóvenes que han terminado su etapa formativa, se han visto abocados a emigrar para buscar fuera de nuestras fronteras unas perspectivas laborales que nuestro país no es capaz de ofrecerles. El drama personal es que se han visto obligados a abandonar su país en busca de empleo o de condiciones laborales decentes. Y el drama como país, es que hemos expulsado a esas personas una vez que hemos invertido en su formación, y ahora, las necesitamos y no las tenemos.
Y eso en cuanto a quienes se han visto obligados a emigrar y disponían de condiciones para hacerlo. La realidad de los jóvenes que han permanecido en el país tiene, en ocasiones, tintes más dramáticos aún: escaso empleo, bajas retribuciones, parcialidad impuesta, ausencia de derechos, imposibilidad de conseguir una vida laboral sólida que permita la consolidación de un proyecto personal de futuro… En este contexto, y como ya se ha dicho, el continuo retraso en la edad de emancipación efectiva no es algo voluntario, sino obligado. Es una mera consecuencia de la falta de perspectivas.
Se sigue hablando de la inadecuación de nuestro sistema educativo. Es posible que deba ser mejorado. Pero uno de los datos del estudio realizado por la Federación de Servicios, Movilidad y Consumo de UGT, es que el mercado laboral se comporta con homogeneidad, con independencia de la formación de las personas jóvenes.
Se observa cómo la inserción laboral «juvenil» estable retrocede en sintonía con los nuevos marcos temporales con los que han ido definiendo los contratos. Y es que la precarización de las relaciones laborales encuentra en los contratos temporales la oportunidad de abuso, especialmente de los profesionales más jóvenes.
Y es que no hay medida para la inserción laboral con garantías que sea eficaz, mientras se mantenga la oportunidad que tienen las empresas en la renovación contante de personal a partir de un contrato temporal tan flexible y casi sin límites efectivos.
Con todo, aun se van abriendo camino nuevas formas de precarización que tienen como destinatarios principales a las personas jóvenes. La penúltima, es aquella en virtud de la cual, ya que aún se afirma que la legislación laboral es excesivamente proteccionista, puesto que aún los continuos contratos temporales de días y hasta de horas no se consideran suficientes, la solución es hacer que el trabajador deje de serlo. Se le convierte en empresario, en «autónomo». Esa y no otra es la lógica del empleo en las llamadas plataformas digitales que, tienen su cara más visible en los llamados riders, los repartidores a domicilio, y empieza a proyectarse sobre el resto de los sectores laborales.
La última amenaza en el continuo proceso de precarización viene del mal uso de lo que se ha dado en llamar teletrabajo. Así lo decía el Presidente de CEOE cuando en mitad del proceso negociador de la normativa, decía: «Con condiciones [de la nueva ley del teletrabajo] imposibles podría contratar fuera del país, en Brasil o Portugal». Lo que abre un nuevo y tenebroso campo en cuestiones como las retribuciones, el tiempo de trabajo, las condiciones del mismo… y de manera más genérica, respecto de los tribunales que eventualmente deban entender de los conflictos que surjan (foro) y respecto de cuál deba ser la ley aplicable para resolver los conflictos que surjan. Lo que permite imaginar a algunos teóricos como nuevas y más sofisticadas manifestaciones de dumping social.
No es necesario a estas alturas bajar a poner ejemplos respecto de cómo y por qué esto es así, sencillamente porque están en la mente de todos. Tan solo dejaremos constancia del estupor que produce que periódicamente se hable de las dificultades de nuestro sistema de pensiones y que se utilice el mismo argumento, el que se refiere a la evolución vegetativa de la sociedad. Siempre se saca a colación el baby boom y el incremento en el desajuste entre cotizantes y pensionistas. Pero nunca se hace referencia a un hecho que ya se está produciendo hoy, al que venimos asistiendo desde hace años, y no es otro que a la reducción drástica en las cotizaciones de los jóvenes. Reducción que tiene que ver con la inestabilidad en el empleo y su incidencia en los salarios. Es así, porque el empleo de baja calidad produce cotizaciones de baja calidad.
Hace algún tiempo, como se recoge en el informe de FeSMC-UGT, se afirmó que una manera de afrontar el problema del empleo juvenil era una alianza intergeneracional, el contrato de relevo. De forma que las personas mayores transmitían su herencia en forma de conocimientos y empleo a las personas jóvenes. La idea era atractiva, porque incidía en la idea de alianza intergeneracional y porque se pensaba que podía ser un buen camino para el fomento del empleo juvenil. Hoy se vuelve sobre esa misma idea. Ignorando que no todas las buenas ideas sobre el papel funcionan en la realidad.
Con todo ello afirmamos que ha llegado el momento de tomar soluciones decididas. Soluciones que sin duda tienen que venir de políticas públicas. Seguramente de modificaciones normativas, pero que deben ir más allá. Deben formar parte de un compromiso como sociedad en el que participen todos los actores sociales. Porque la situación en la que se encuentran nuestra juventud hace tiempo que ha dejado de ser un problema exclusivo de las personas jóvenes. Hace tiempo que es un problema como país y como sociedad. Porque su incierto presente compromete el futuro de todos.