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Feminismo es defender la democracia

María Teresa Fernández de la Vega

Hacía muchos años que las mujeres no nos enfrentábamos a un 8 de marzo como el de este año. Una ola incontenible está impulsando el feminismo después de los años de hierro de la crisis económica mundial, que prácticamente erradicó la igualdad del debate global.

¿Por qué hemos regresado? ¿Por qué después de tantos años de invisibilidad el feminismo se ha colocado en todo lo alto de la agenda pública mundial? Sin duda hay siempre una gota que colma el vaso, un acontecimiento que termina por reventar las costuras de un traje que puede llevar largo tiempo oprimiendo, asfixiando, impidiendo el libre movimiento a quien lo viste.

Y así hemos vivido durante siglos las mujeres, oprimidas, asfixiadas, impedidas en nuestra libertad por un modelo que nos asignó el modo subordinado en todo el mundo.

Un mundo en el que, de manera paradójica, pues es un mundo globalizado, cada vez se entiende menos la diferencia y se sospecha más de la diversidad. Hoy se construyen muros para defenderse del otro, que puede ser otro por ser de otra raza, de otras creencias o sencillamente de otra, menor claro, capacidad económica.

Y si no hay lugar para la diferencia, no hay lugar para las mujeres, que somos las diferentes, las otras, por antonomasia. Eso, además de las más pobres.

Y si no hay lugar para la diferencia, no hay lugar para las mujeres, que somos las diferentes, las otras, por antonomasia. Eso, además de las más pobres.

Las cosas no van bien. Desde luego no para las mujeres. Y no voy a desgranar los cientos o miles de datos que nos dicen cada día que no va bien. No va bien en el mundo laboral, donde ganamos menos salario, no va bien en las pensiones, exiguas especialmente para las mujeres mayores. No va bien en los órganos donde se toman las decisiones, tanto políticas como económicas, en los que estamos más que subrepresentadas. No va bien en el terreno académico y científico, y tampoco en el de la creación, en el que las mujeres, pese a su valía y brillantez, no logran abrirse paso por donde sí lo hacen los hombres.

Y va muy mal, peor que nunca, en el ámbito de la violencia. En los hogares, en las parejas, en los conflictos. Hay lugares donde violar a una mujer es casi un pasatiempo, otros donde se utiliza como arma de guerra, y en todos, en todos los lugares del mundo, hay violencia contra las mujeres. Una agresión que es el máximo exponente de la desigualdad que todo lo descose y lo mancha. No conseguimos que la violencia contra las mujeres en sus propios hogares deje de ser del todo un problema privado. En la macroencuesta de 2011, el 27,4% de las mujeres que dijeron haber sufrido violencia de género, indicaron que habían denunciado. En la de 2015, esta cifra había descendido al 26,8.

Hoy las mujeres hemos alzado nuestra voz para decir no a esa falta de respeto. Un ataque a la dignidad de la mitad de la ciudadanía mundial, y además el síntoma de que está fallando lo fundamental

No se perciben avances. O mejor dicho, no se percibían.

Hasta que la falta de respeto a las mujeres desde las más altas instancias del poder mundial –recordemos la histórica marcha de Washington en enero del año pasado- colmó el vaso, rompió las costuras y nos ha puesto en pie como no lo estuvimos desde la cumbre de Pekín en 1995.

Hoy las mujeres hemos alzado nuestra voz para decir no a esa falta de respeto. Un ataque a la dignidad de la mitad de la ciudadanía mundial, y además el síntoma de que está fallando lo fundamental, de que volvemos a situarnos en los tiempos en los que, junto al desprecio de los más elementales derechos humanos y garantías democráticas, las mujeres éramos los seres que, en palabras de Rousseau, “toda su vida deben de estar sujetas a la restricción más severa y constante, que es el decoro”.

E igual que Rousseau tuvo su Mary Wollstonecraft, este retroceso tiene hoy enfrente a las mujeres en todo el mundo.

Porque el siglo XVIII, que vio la caída del antiguo régimen, no fue el siglo de las mujeres; porque el siglo XIX, en cuya revolución industrial trabajamos tan duramente, no fue el siglo de las mujeres; porque el siglo XX, en el que ganamos el derecho a voto, en el que cambiamos el mundo al incorporarnos al espacio público, tampoco fue el siglo de las mujeres. Y este siglo XXI tiene que serlo.

No se entiende la grave incongruencia, la anomalía, la patología que constituye el hecho de que nuestras democracias, hijas del pensamiento de los más brillantes filósofos, amparadas en constituciones que guardamos como tesoros, estén asentadas sobre una brecha tan evidente y tan dolorosa como es la desigualdad omnipresente entre mujeres y hombres.

Este es el inicio de un nuevo tiempo. El momento en el que las mujeres hemos decidido decir no, decir basta ya, decir a mí también. A mí también me han acosado, me han maltratado, me han discriminado.

Se ha dicho que queremos romper el modelo de sociedad occidental. Y es verdad. Queremos romper el modelo de sociedad occidental y el modelo de sociedad oriental. Queremos romper el modelo, sencillamente, porque es un modelo en el que no hay acomodo para las mujeres libres. Porque es el modelo que ha convertido lo masculino en valor preponderante y lo femenino en valor subordinado.

Pero sobre todo, lo que estamos haciendo las mujeres en estos momentos cruciales es defender, para todos, la democracia. No se llega a entender ni a valorar en su justo término lo que supone que el 50% de la ciudadanía mundial, en el 100% de los países del planeta, esté discriminada. No se entiende la grave incongruencia, la anomalía, la patología que constituye el hecho de que nuestras democracias, hijas del pensamiento de los más brillantes filósofos, amparadas en constituciones que guardamos como tesoros, estén asentadas sobre una brecha tan evidente y tan dolorosa como es la desigualdad omnipresente entre mujeres y hombres. Esa es la brecha fundamental.

La globalización, las nuevas tecnologías nos proporcionan hoy toda la información. No hay excusa para no saber, no hay excusa para no actuar. Lo que queremos es que todos los ciudadanos del mundo, sin distinción, puedan vivir una vida digna de ser vivida, esa vida buena o eudaimonia de la que nos hablaba Aristóteles y que hoy ha recuperado precisamente una mujer, la filósofa Martha Nussbaum.

Por ella y por la democracia vamos a seguir luchando, junto con muchos, muchísimos hombres, porque el resultado de esta lucha no puede ser sino bueno para todos.


María Teresa Fernández de la Vega es Ex vicepresidenta del Gobierno del España, Consejera de Estado y presidenta de la fundación Mujeres por África.

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