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Restauración del progreso democrático

Artículo de opinión de Pepe Álvarez, Secretario General de UGT, en «El Siglo de Europa»

El pasado 24 de mayo concluía el XIV congreso de la Confederación Europea de Sindicatos (CES) en Viena, el máximo órgano de la mayor central sindical del continente. A sólo dos días de la gran cita electoral del 26-M, los delegados y delegadas de la UGT al congreso hacíamos una última llamada a nuestra afiliación y a la ciudadanía para acudir a las urnas y frenar con su voto la certera amenaza de los movimientos fascistas y antieuropeístas y optar por un gobierno europeo que muy al contrario de los de los últimos años (que habían aceptado alegremente los dogmas liberales, la austeridad suicida, la desregulación y la imposición del credo de los grandes intereses económicos frente al interés de las personas por encima a veces de la propia democracia), salvase a la Unión Europea de su autodestrucción.

Pese al aumento en representatividad de la extrema derecha y euroescépticos de distinto cuño, la responsabilidad ciudadana, traducida en la mayor participación electoral de los últimos veinte años, consiguió evitar el mal inmediato. Por otro lado, la impresionante bajada por los partidos tradicionales, la fragmentación de la Eurocámara y los propios intereses de los Estados miembros ha obligado a una configuración de la que a todas luces será la próxima Comisión que a muchos ha resultado sorprendente.
De lo que no cabe duda es que el mandato presidido por Ursula von der Leyen (la primera mujer al mando del ejecutivo comunitario) tiene por delante la ingente labor de reparar y preparar la casa común europea con un grado de ambición y valentía de las que se adolece desde hace muchos, ya demasiados, años.

Por un lado, urge sanar y restaurar el progreso social y democrático de la ciudadanía europea, y el progreso económico y político del conjunto de la UE, tan gravemente perjudicados por la miope y exclusiva obsesión por la consolidación fiscal que olvidaba objetivos tan fundamentales como la paz, libertad, justicia social o el progreso compartido, así como por la cicatería y egoísmo de muchos de los Estados miembros. La economía social de mercado, el pleno empleo, el trabajo digno y bien remunerado, los derechos sociales y aborales, la justicia social y el bienestar de las personas deben ser ahora la prioridad absoluta. Las riesgos certeros (Brexit, desaceleración económica, guerras comerciales…) no pueden ni deben ser la excusa para paralizar las certezas perentorias.
También, y por otro lado, la Comisión tiene que empezar ya a construir el guion de un futuro que le ha sido construido. Ante el reto del futuro en su sentido más amplio (insostenibilidad del actual modelo económico, violación de los Derechos Humanos en el mundo, urgencia climática, movimientos migratorios, futuro del trabajo y revolución tecnológica, demandas de jóvenes y mayores, insostenible desigualdad, etc.), la Unión Europea tiene que empezar ya, de manera sosegada y seria, a involucrar a todos los agentes sociales, políticos, científicos, culturales, etc. para que juntas y juntos diseñemos hoy el futuro que queremos. Para que la Unión Europea vuelva a ser un actor fundamental en el mundo y sea sinónimo de progreso para el conjunto del planeta.

Sólo a través de un diálogo social decidido, de liderazgo conjunto y con voluntad política cierta conseguiremos recuperar el espíritu europeo sinónimo de progreso social, económico y humano. Sólo con éste conseguiremos avanzar de manera imparable a un futuro que puede y debe ser prometedor. Un futuro que, si es europeo, deberá trabajar contra el fascismo, la xenofobia, o cualquier otro fantasma cuyo único interés el enriquecimiento de unos pocos y vuele para siempre el instrumento de integración social, democrática, económica y política que mayor periodo de paz y prosperidad ha tenido el continente. O el futuro es europeo. O no será

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