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Mujer, Trabajo y Sindicalismo

Uno de los hechos más importantes del último siglo es la incorporación masiva de la mujer al trabajo asalariado. Ya desde el comienzo del sindicalismo en España, la mujer empezó a insertarse en el mismo, y su sindicalización fue en aumento, aunque la proporción respecto de los hombres era muy minoritaria. Con la Dictadura franquista, la mujer experimentó un gran retroceso. Pero al fin de la misma, se reanudó el progreso en la sindicación, llegando a cotas muy notables

Nadie se atrevería a negar hoy en día que la incorporación de las mujeres al mundo laboral asalariado, constituye uno de los hechos sociológicos y económicos más destacados de los dos últimos siglos. Es cierto que a ello han contribuido factores demográficos, económicos, sociales, familiares y personales, pero tampoco nadie puede dudar del papel esencial que juega el trabajo remunerado, y con ello la independencia económica que proporciona a quienes lo desarrollan, porque ha permitido a las mujeres abandonar la esfera de ‘lo privado’, para incorporarse a la participación social en la esfera de lo ‘público’, a través de las empresas y de los sindicatos.

La incorporación a la esfera productiva de las mujeres de manera numéricamente importante es un fenómeno del siglo XX, y puede decirse que de los años posteriores a la II Guerra Mundial. Sin embargo, las raíces del proceso las encontramos casi un siglo antes, cuando la Revolución Industrial de finales del s. XIX apela al uso de la mano de obra femenina de manera desconocida hasta entonces. Con él, las obreras alcanzan visibilidad. Al cambiar el hogar por la fábrica como espacio laboral, logran independencia económica, y llegan a convertirse en un problema social en la época, porque su mera existencia ponía en cuestión el modelo tradicional burgués imperante hasta el momento, el del «hombre proveedor de necesidades» y el de la “mujer cuidadora del hogar y la familia”.

Las sociedades liberales de entonces consideraron necesario buscar un encaje que armonizara  con  este  nuevo  modelo  social  y  económico,  preguntándose  sobre  la legitimidad o no de la existencia de las mujeres obreras, si las actividades realizadas fuera del ámbito doméstico podían afectar a su naturaleza, y cuál sería el tipo de empleo idóneo para ellas. Las respuestas a estas cuestiones generarían un amplio debate sobre las dicotomías entre producción/reproducción y actividades domésticas/actividades remuneradas, y aunque la reacción mayoritaria de las sociedades de la época fue la de condenar el trabajo extradoméstico femenino, esta postura tuvo que ser sustituida relativamente pronto por la aceptación resignada de la actividad laboral de las mujeres. Una actividad cuyos rasgos estructurales los determinaba la conjunción de tres factores: economía, demografía y familia.

En base a estos tres factores, la mujer aparece, en primer lugar, como figura secundaria a la del hombre dentro del núcleo familiar. En segundo lugar, va a ser una decisión determinada por las estrategias familiares, de ahí que las posibilidades laborales varíen según el ciclo de vida femenino. En tercer lugar, se va a concentrar en ciertos empleos, generalmente los menos cualificados y peor pagados. La segregación sexual del mercado estaba en marcha unida indefectiblemente a la discriminación salarial. Tales rasgos no tardaron en institucionalizarse porque garantizaban la continuidad del orden establecido, de la estructura familiar y de las relaciones de poder dentro de ella. A finales del s. XIX en Europa, y principios del s. XX en España, la figura de la mujer trabajadora se va haciendo familiar y, pese a existir una gran variedad de situaciones, el perfil dominante es el de mujeres jóvenes y solteras. Por sectores económicos, se concentraban en las ramas más tradicionales –agricultura, trabajo a domicilio, servicio doméstico–, aunque empiezan también a  ganar terreno en  los más  nuevos  –fábricas,  comunicaciones,  empleos  de oficina, etc.–. Ahora bien, con independencia del trabajo que realizaran los empleos femeninos, tenían en común largas jornadas de trabajo, salarios escasos e inferiores a los masculinos, y deficientes condiciones materiales de las instalaciones, sobre todo en las fábricas. Esta situación provocaría que las mujeres obreras comenzaran a organizarse creando sindicatos propios y/o integrándose en sindicatos mixtos de la época, incorporándose definitivamente a la lucha obrera de clases.

En un principio se le da poca importancia a la sindicación femenina, tal y como recogen periódicos de la época como “La Unión Obrera” y “El Socialista”, debido a que se consideraba el trabajo de la mujer como algo inestable y pasajero, pese a que sus reivindicaciones eran similares: menor jornada laboral, mayores salarios y mejores condiciones de trabajo. No ayudaba el alto índice de analfabetismo, los bajos salarios que percibían y las dificultadas para pagar la cuota. Se pensaba más en ellas como compañeras de los sindicalistas, y su función era mantener las estructuras sindicales, animando a los hombres a pagar las cuotas y a participar en las actividades que se organizaban en las “Casas del Pueblo” o Centros obreros.

UGT participa en las celebraciones del Primero de Mayo desde 1890 y ya contaba entonces con la colaboración de algunas  mujeres.  Las  primeras referencias a la sindicación femenina en UGT de que disponemos, son de trabajadoras del sector del calzado y la alpargatería. En ese mismo año se funda la Sociedad de Obreros y Obreras del Calzado de Madrid, pero es en Elche, el corazón de la industria alpargatera de nuestro país, donde nace en 1900 un sindicato femenino pujante, vinculado a la  UGT,  bajo  la  denominación  de  “La Unión, Sociedad Femenina de Resistencia y Socorros Mutuos”, con una Junta Directiva compuesta  sólo  por  mujeres,  aunque  el  Consejo  de  Administración  lo  componían hombres, socialistas en su mayoría. A los cinco meses de existir, ya contaban con 1.200 afiliadas. En 1903 adoptan el expresivo nombre de “El Despertar Femenino” y conjuntamente con el Gremio de Costureros afrontan la larga huelga declarada en Elche, que  resultó  modélica  para  los  socialistas  por  el  nivel  de  solidaridad  y  los  buenos resultados obtenidos. A lo largo de su trayectoria crearon su propio periódico, “La Voz Femenina”, y en 1919 ya contaban con 3.529 afiliadas. Finalmente se integran en el “Sindicato del Ramo de la Alpargatería y Similares” de la UGT, en 1920.

Existen evidencias de la existencia de organizaciones obreras femeninas vinculadas a asociaciones católicas como “El Porvenir” (1895), enfrentadas a las obreras de “El Despertar Femenino” durante la huelga de 1903; o “El Remedio, Sociedad Católica Femenina de Socorros”, creada en 1911. También surgieron sindicatos mixtos y femeninos en otros sectores feminizados, como los relacionados con la costura. En 1898 nace la Asociación de Obreros y Obreras de la Aguja en San Sebastián; en 1900, la de sastres y sastras en Bilbao; y en 1903 “La Constancia”, de oficiales y oficialas, en Elche. En 1904 surge la Sociedad de Modista de Madrid, adherida a la Casa del Pueblo. En 1905 se funda, también en Madrid, la Asociación de Sastras; y en 1908 surge la Sección de Oficios Varios de Mujeres de Alcoy. En relación con el servicio doméstico, nace en 1902, la “Sociedad de Lavanderas, Planchadoras y Similares” en Madrid. La mayoría de estas asociaciones pioneras se reestructurarían o se integrarían en los sindicatos de industria y nacionales durante la segunda y tercera década del siglo XX.

Durante la II República, la sindicación femenina se acelera. En 1932, UGT cuenta con 231 sindicatos de obreras y 41.948 afiliadas, aunque apenas representan el 4% del total de sindicalistas. La menor extensión del sindicalismo de clase entre la población activa femenina no le va a impedir jugar un papel importante en la consecución de los derechos laborales y sociales de las mujeres, durante este periodo. Sirvió para alentar, entre aquellas a quienes llegaba, su toma de conciencia, su espíritu reivindicador y, con el tiempo,  para  hacerles  comprender  la  necesidad  de  que  sean  ellas  mismas  las  que asuman la defensa de sus intereses para hacerla más efectiva. Reflejo de esta creciente concienciación va a ser el aumento de su participación en las manifestaciones y huelgas que afectan a los centros de trabajo o a los sectores económicos en que se ubican. De acuerdo con las estadísticas que elaboró el Instituto de Reformas Sociales de la época, la presencia femenina en los conflictos tiende a aproximarse al cien por cien de las trabajadoras  implicadas,  alcanzando  cotas  similares  a  las  masculinas  para  los  años treinta.

Todo este auge del movimiento sindical femenino, desaparece durante la dictadura. Tras la guerra civil, muchas mujeres sindicalistas, fueron encarceladas o tuvieron que exiliarse para poder sobrevivir. La guerra acentuó los roles de género, acercando las posiciones sobre las mujeres tanto del bando republicano como del nacional. A medida que se acercaba el final de la misma, se imponía una división sexual del trabajo que se mantuvo casi inamovible a lo largo de las primeras décadas de la Dictadura y hasta bien entrados los años ’60. Destierro, depuraciones laborales y muerte condenaron a muchas mujeres trabajadoras a la necesidad, y a permanecer al cuidado del hogar y la familia, sometidas por un Régimen donde el único papel asignado era el de la reproducción.

La transición política que culminó con la Constitución democrática de 1978, se había iniciado  algunos  años  antes,  y  ha  continuado  produciendo  cambios  en  las  décadas posteriores. UGT, como sindicato de clase, no podía abstraerse de la realidad social que estaban protagonizando las mujeres. De hecho, el primer congreso que realizan tras la muerte  del  Dictador, aún  en  la  clandestinidad,  es presidido  por una  mujer,  Ludivina García, que pasaría a formar parte de la posterior Comisión Ejecutiva, y que jugaría un papel importante en la creación del Departamento Confederal de la Mujer Trabajadora de UGT en 1983, y del Instituto de la Mujer en el mismo año.

Las mujeres hemos estado al lado de los hombres, totalmente implicadas en la lucha obrera y de clases, desde la Revolución Francesa hasta nuestros días. Las mujeres sindicalistas han sido las grandes protagonistas de la lucha feminista en muchos de los ámbitos. Clara Zetkin, Teresa Claramunt, Virginia González o Margarita Nelken, fueron mujeres sindicalistas y socialistas a las cuales el movimiento feminista debe gran parte de los avances de las mujeres en los ámbitos social y laboral. Porque desde UGT no concebimos el uno sin el otro, y por tanto nos declaramos sindicato feminista y nuestra historia nos avala.

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