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Hemos participado en otro 25-N, Día Internacional contra la Violencia de Género, y lo que perdura es una imagen. No son los carteles de las manifestaciones, ni los actos que hemos convocado los sindicatos, colectivos sociales, partidos políticos, etc. Ni siquiera las fotos de las manifestaciones y concentraciones del 25-N. Es la foto de un hombre, un político electo, dando la espalda a la realidad, al negar la violencia de género y no atreverse a mirar a la cara a una mujer víctima de esta lacra social.

Esta imagen podría ser el ejemplo de una realidad silenciada y amordazada durante muchos años que ahora, unos cuantos –no olvidemos– pretenden volver a meter bajo la alfombra como si fuera basura a ocultar.

Se ha denominado ‘negacionismo’. Hemos leído artículos, comentarios; hemos escuchado y visto miles de análisis sobre este tema. Como dice un compañero mío, hemos comprado el relato. El relato que nos sitúa donde no queremos estar, dando pábulo a lo que no queremos que vuelva a ser y a hablar de quien no queremos hablar.

Como mujer de ciencias, mi referencia son los números. Tenemos las estadísticas. Y una cifra media sangrante: aproximadamente cada semana muere asesinada una mujer víctima de violencia de género –en 2018 las cifras oficiales hablan de 47 víctimas, pero en lo que va de este año ya se eleva a 52 el número de mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas– pero son más que no se llegan a contar dentro de estas cifras las que fueron asesinadas por personas con las que no mantenían relación sentimental, las que sufrieron agresión sexual o las que sufrieron violencia a través de sus hijos; 43 niños se han quedado huérfanos en lo que va de año en nuestro país.

Ni cambiando los apellidos de la violencia, doméstica o de género, la mayoría de las personas que ejercen esa violencia son hombres –el 92% de los reclusos por esta razón, son cifras del Consejo General del Poder Judicial– y podríamos seguir así. Las cifras no engañan.

Denunciemos los hechos, pero por favor no compremos el relato porque la violencia sigue creciendo mientras nos enredamos y caemos en la inacción. Las medidas que se han puesto en marcha son claramente insuficientes. Me preocupa que esto acabe naturalizándose, que acabe viéndose como algo normal que protestemos sistemáticamente cada vez que se asesina, se viola, se agrede sexualmente a una mujer. Que lo integremos en nuestros discursos, que sigamos reclamando al vacío.

Aumenta la preocupación de la ciudadanía sobre este tema, según el CIS. Tenemos que seguir sacudiendo la conciencia social, para desterrar el miedo, apoyando a las víctimas, pero situando el foco en los agresores. No podemos perder el pulso en esto porque el objetivo va más allá.

No va a ser posible acabar con la violencia de género mientras que no eliminemos la discriminación y la desigualdad hacia la mujer. Y el empleo es fundamental, porque para hacer frente a estas situaciones es necesario que la mujer sea independiente económicamente. En el 71% de las víctimas destaca el desempleo y las situaciones de precariedad como los principales frenos para denunciar. El 82,5% de las mujeres que han sufrido violencia son poco independientes económicamente y el 59% estaban en situación de desempleo.

Y se necesita una regulación normativa integral para erradicar la violencia de género, con políticas eficaces y más recursos económicos –lo hemos pedido también en Europa– y continuar avanzando en la implantación de planes de igualdad y protocolos contra el acoso sexual y por razón de sexo en el trabajo.

Y urge porque las nuevas tecnologías se están utilizando también para ejercer la violencia contra las mujeres por su gran capacidad de difusión y viralización y de ello son particularmente víctimas las mujeres jóvenes. Por eso es necesaria una regulación específica sobre el ciberacoso en el ámbito laboral.

No lo olvidemos: todos los días son 25-N, al igual que todos los días son 8-M.

Artículo de opinión de Cristina Antoñanzas, Vicesecretaria General de UGT, publicado en «El Siglo de Europa».

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